Este año no he ido a los toros. No es novedad, en realidad: hace ya unos años que falto. Me echó la falta de rentabilidad: había que invertir demasiadas tardes de aburrimiento e indignación para obtener pocos momentos de inspiración sublime.
Luego, con el tiempo, he racionalizado mi abandono. Es un espectáculo de otra era, ciertamente. Lo que les hacen a los toros es cruel, también cierto: los animales sufren, y mueren allí para el disfrute del personal aplaudiente. Pero la verdad es la verdad: quienes me largaron de los tendidos fueron los responsables de la fiesta.
Sin embargo, hay tardes en las que noto como un pellizco. Me pasa como con el tabaco. También soy exfumador, y aunque en realidad prácticamente nunca me acuerdo del tabaco, de tanto en vez noto como un vacío en el estómago ante el humo de un puro.
Pues eso. Ayer, por ejemplo, pasé nostalgia de plaza de toros, mientras me contaban cómo Perera había abierto la puerta grande. Nostalgia de pacharán con hielo (y de puro, sí), nostalgia de polémica de tendido. Nostalgia de esos momentos que recuerdo con la emoción pegada, como el archivo que viene con el correo electrónico. Aquel natural de José Tomás, hace ya tanto…
Luego pasan cosas que me recuerdan por qué no vuelvo a los toros. Como que las figuras del toreo se pongan de acuerdo para no ir a una plaza, y a pesar de tamaño desprecio a la afición se las siga llamando figuras del toreo.
Pero “#sialostoros” fue Trending Topic mundial ayer durante 10 minutazos. Y Perera triunfó en La Ribera. Y a mí me entró nostalgia de tarde de toros con mi padre. Hace ya tanto…