Nadie quiere casarse con el PP. Pedro Sanz y sus chicos no consiguen echarse novia, y sabiéndose como se saben incapaces de tal hazaña, han optado por el menos es más. Así que buscan un beso fugaz, o al menos una mirada de no demasiado asco. Y lo buscan con ahínco, es verdad: jamás les había visto yo poner tan buena cara y tanta sonrisa con todo el mundo.
Pero no, nadie quiere casarse con los azules. El partido hegemónico en prácticamente toda la región se ve obligado al ejercicio de la minoría inestable en casi todas las administraciones donde va a tocar pelo, porque el panorama es repetido casi exactamente: o el PP, o todos contra el PP.
El caso logroñés es buen ejemplo: la oposición de izquierdas clama por el cambio que, según ellos, han mandado las urnas. Lo que pasa es que las urnas no hablan, o al menos hablan en un idioma que cada uno interpreta como quiere. Así que donde unos oyen «cambio», otros traducen «síperono». Y mientras, los días pasan, se acerca el sábado y los llamamientos se vuelven apocalípticos. Pactar ahora, cambiar esto ahora, o el fin del mundo.
La verdad, claro, es más cachazuda. Se viene una legislatura más movida, pero no creo que eso sea malo. El Consistorio será multicolor y vibrante, y eso es bueno. Hay mucha gente nueva e inexperta pero, para mí, eso es magnífico.
En fin, todo parece indicar que Gamarra será alcaldesa, pero que tendrá que sudar cada acera que inaugure. Y eso es cojonudo: no digo yo que el equipo de gobierno actual se mereciera el castigo que se llevó en las urnas (no lo creo, de hecho), pero un ejercicio de minoría vendrá muy bien para calibrar la altura política y las miras de alcaldesa y concejales. Y la vida sigue: no, no es el fin del mundo.