La playa no tiene piedad. Ni principios. De todos los destinos vacacionales a los que nos da por ir (y la mera selección dice mucho de nosotros, la verdad) el tostadero marino en el que nos hacinamos por millones es el más esclarecedor. El español medio es más español que nunca en bañador, pareo, toalla y sombrilla. Y las cosas como son: más que medio, el hispano playero es mediocre. Tirando a algo peor.
No me refiero a la cuestión lorza. En eso, curiosamente, mejoramos: debe ser la fiebre del ‘ranin’ o los gimnasios ‘loucost’, pero uno diría que la proporción de cuerpos ‘danone’ mejora a la vez que disminuye la barriga cervecera. Sobre todo para ellos. Ellas, como siempre, están estupendas. O soy yo, que voy para viejo. Verde.
No. En lo que los españoles están perdiendo puntos es en eso tan socorrido de la «buena educación». No pido que todos tengamos una licenciatura en Derecho. De hecho, probablemente ahora corran por las españas más licenciados universitarios analfabetos en lo fundamental que nunca. Ni tampoco me refiero a la cosa de la pasta; no sé si el dinero da la felicidad, pero lo que sí sé es que no da buenos modales. A veces, los quita.
La buena educación se mama, siguiendo el ejemplo de la gente que uno respeta o teme o quiere, vulgo los papás. Y algo debe haberse roto en la cadena, porque este país nuestro se ha convertido en un lugar en el que es más difícil ver una camiseta con mangas que un Mercedes, donde respetar una plaza de minusválidos es de ‘pringao’ y donde se ha instaurado el derecho a hablar a berridos por el móvil se esté donde se esté, sin pudor ni vergüenza.
Un país de Tele5, en fin: un país más chabacano.