El Whatsapp es lo mejor que se ha inventado en comunicación en muchos años. Seguro que César Alierta no piensa lo mismo (aún lloran las telefónicas el dinero perdido de sus SMS), pero al común de los mortales las lágrimas del superdirectivo nos la refanfinflan. Gracias al guasap y similares tenemos un medio de comunicación fácil, rápido, barato y con funciones (como los grupos) que hace unos años ni imaginábamos.

Claro que nada en esta vida sale gratis. El Whatsapp se paga, sí. Y no me refiero al euro anual ni a la imprescindible tarifa de datos. En realidad, los precios que tenemos que pagar son otros. En intimidad, por ejemplo: tu jefe tiene tu guasap; seguro que a él (a no ser que sea un psicópata) le da corte llamarte a las diez de la noche para algo del curro. Pero mandar un mensajito es distinto, ¿verdad?

Pagamos, también, en tiempo. A nada que uno tenga un par de grupos (y la media son cuatro o cinco, confiesen) el caudal de chorradas, vídeos, memes y chistes malos que llega al día es asombroso. En cada grupo hay, al menos, un profesional de eso, Dios los tenga en su gloria.

Pero hay otro precio que pagamos que es peor: pagamos en porterismo. En chismorreo injustificado, en rumores no comprobados pero esparcidos a la velocidad de una llama en un polvorín. Sin pararnos a reflexionar sobre los posibles daños ni a indagar sobre fuentes, el whatsapp esparce mentiras, medias verdades y difamaciones: que se lo digan al responsable de un chiquipark logroñés al que se- ñalaban falsamente como pederasta hace unos años. Aquel guasap corrió por todo Logroño. Y era mentira. Por el guasap corren también fraudes. Como denunciaba la policía ayer: no, Mercadona no te regala 150 euros por responder a tres preguntas. Al final, el guasap es como todo: un poco de cabeza libra de muchos problemas.