Decían que íbamos a estar mucho más comunicados. Con esto de las redes sociales y del interné, digo. Que como en un mundo totalmente enchufado todo iba a estar a nuestro alcance, los seres humanos seríamos estupendos entes superinformados, más ecuánimes, más listos.
Pero resulta que, superconectados y supercibernéticos, los hombres somos por encima de todo eso, hombres. Y que de nuestra mismidad no nos saca nadie, por mucho que se ponga Steve Jobs. Hombres somos, y hombres imperfectos. No filósofos griegos, no entes en búsqueda de la suprema iluminación del conocimiento.
La tribu humana tiene en esto de la información una manía más bien irritante. Sobre todo para los periodistas: no nos gusta creerlo, pero en realidad a un número significativo de nuestra audiencia no le acaba de gustar eso de la realidad. Si pueden elegir entre que les contemos la verdad o que les demos la razón, optarán sin miedo ni vergüenza por lo segundo.
¿No me cree? Pues eche usted un vistazo a su muro de Facebook. Me apuesto el primer sueldo de mi hijo mayor a que lo encontrará usted llenito de opiniones como la suya. Si es usted pepero, digamos, tendrá unos doscientos millones de chistes sobre el bebé de Bescansa, la cabalgata de Carmena y los piojos de las rastas del chico del Congreso.
Si es usted tirando a morado, sin embargo, todo su muro serán recordatorios de casos de corrupción del PP, vídeo-parodias de Rajoy y el rey y memes con Cayetana Álvarez de Toledo y su «jamás».
Y así, querido amigo, uno no se informa. Así todo lo más se confirma, que viene a ser precisamente lo contrario. Si quiere hacerse un favor, búsquese un par de colegas del PP. O de Podemos. Abra su Twiter, que con ello abrirá su mente. Y de paso hará del mundo un sitio un poco mejor.