Le propongo un ejercicio. Plántese usted un buen día, aguerrido logroñés, en cualquier calle concurrida. Y fíjese un ratito en los coches. Hasta que cuente cincuenta, por ejemplo. De ellos, apunte usted los que están ocupados por una sola persona. Me juego medio sueldo de abril a que le saldrán la misma cuenta que a mí: al menos treinta coches ‘unipersonales’.
Ya sé, es algo normal. Pero no debería, si uno reflexiona. No debería ser asumido como algo de cada día que una máquina de algo más de una tonelada de peso, que contamina, gasta y ocupa, sirva para llevar de aquí para allá en sus cortos trayectos diarios a una sola personita. El coste para ese sujeto es alto, pero allá él, que para eso lo paga. Pero el coste para el conjunto de la sociedad ya es otra cosa: progresivamente va quedando claro que no podremos pagarlo mucho tiempo.
Lo peor del tema es que tenemos delante de nuestros ojos una solución evidente, barata y sencilla, y que no nos da la gana darnos cuenta, por muy evidente que sea.
Se llama bicicleta. Es la hora de la bici: llega la primavera, el solecito, y muchas personas se animarán a cogerla para sus desplazamientos. Y lo harían más si las administraciones se decidieran de una santa vez a facilitarlo. Pero de verdad, sin tantas resistencias: años ha costado hacer legal algo tan sencillo como que los ciclistas puedan ir en doble dirección por las peatonales.
Es la hora de la bici, digo, y debería serlo más. Hay muchas medidas que se pueden tomar, y colectivos a los que se puede consultar y hacer caso. Porque pocas cosas hay con tantos beneficios sociales y personales como la bici. Olvidando a quienes quieren enfrentar a peatones y ciclistas, porque ambos tienen un mismo enemigo: uno que echa humo.