Hay países donde los fracasos en política se pagan. Sitios donde si uno la caga miserablemente en la tarea que le han asignado sus jefes (o sea, usted y yo) no le queda más remedio que irse a casa. Países marcianos, sin duda: en ellos, uno que se mensajea con un corrupto presidiario diciéndole «sé fuerte» no puede ser presidente del Gobierno. Qué cosas.
Pero España no es uno de esos países, no. Aquí, por ejemplo, los líderes políticos de las cuatro principales formaciones acaban de firmar un estropicio considerable que no sólo nos ha dejado sin gobierno en mitad de un delicado escenario, sino que además nos va a costar una pastizara para repetir unas elecciones que, si los sondeos de ahora mismo no fallan mucho, tampoco es que vayan a aclarar las cosas.
Pero, he ahí la idiosincrasia española, ninguno de esos cuatro líderes tiene ni riesgo de ir a perder su silla. De todo el tejemaneje de estos meses, eso es lo que más acongoja: la constatación de que aquí eso de ser responsable no se lleva.
El caso más paradójico es el del señor del «sé fuerte». Tras llevar a su partido de una mayoría absolutísima al ostracismo del apestado, dejándose un ciento de diputados por el camino, Rajoy no sólo no piensa en irse, sino que encima va a repetir en las elecciones.
No me extraña que él quiera, en fin, no ha nacido el político hispano que no se pegue a la silla con Loctite y cinta aislante. Más me extraña, sin embargo, que su partido le deje. Sobre todo porque nadie me saca de la cabeza que sin Mariano y con otro (Cifuentes, Santamaría, Feijoo, casi cualquiera) el PP sacaría unos resultados claramente mejores. Pero será que yo no entiendo, claro. Y que miro demasiado a otros países.