Por favor, que alguien pida perdón. O que alguien muestre señales de tener vergüenza. O que, ya puestos, alguien dimita. Y que después de eso las cosas se cambien para que los vergonzosos hechos del domingo pasado no vuelvan a ocurrir.

Que no sé si lo habrán leído ustedes, pero se lo cuento por si acaso. Un motorista de 36 años se salió de la carretera cerca de Calahorra, en la rotonda que la gente de la zona conoce como «la de San Adrián», porque la carretera va para ese pueblo navarro.

El hombre murió. No sé, y nadie va a saber nunca con seguridad, si su vida podría haberse salvado si la ambulancia hubiera llegado antes. Por si hay alguien despistado quizá haya que recordar que hay un hospital, el de Calahorra, a unos dos kilómetros mal contados, en esa misma carretera. Cosa de un minuto, en todo caso.

Pero el caso es que la ambulancia tardó en llegar 18, según la versión oficial, y bastante más, según los testigos. Y que esos 18 (por quedarme con la versión oficial) se gastaron en llamadas cruzadas entre La Rioja y Navarra para decidir quién atendía a ese chico que estaba tirado muriéndose en la carretera.

Sinceramente me faltan palabras para describir el asco que me produce esta historia. Y puesto que ya nadie le va a salvar el cuello al pobre tipo, me gustaría al menos hacer que alguien se sintiera un poco peor. Ese «alguien», cuyo nombre bien me gustaría conocer, es quien redactó y aplicó ese protocolo según el cual antes de mandar una ambulancia a toda leche a salvarle la vida a una persona hay que asegurarse (bien asegurado) de en qué lado de la jodida frontera está.

Enhorabuena, señor. O señora: se ha ganado usted un puesto en la ya larga historia de la estupidez humana. Que le aproveche