Les cuento un cuento español. Lo de «español» casi podía habérmelo ahorrado, en fin, porque hay cosas que sólo podrían pasar aquí. Pero permítanme que se lo cuente hoy, primer día de la campaña. Por si a algún partido se le ocurre hablar de cosas importantes, para variar.
Dicen los que saben que alrededor del 2% de los alumnos tiene lo que se llama «alta capacidad». No, no se trata de que vayan a componer una sinfonía a los cuatro años o terminar la uni a los 13, eso son estereotipos tontos. Son niños aparentemente normales, con más capacidad que el resto en alguno o todos los ámbitos. Y son niños que requieren atención: si no, ojo, hasta la mitad de ellos acabará en fracaso escolar. Aburrido, aislado, en muchas ocasiones infeliz.
El 2%, decíamos. Pues bien, en España, según un estudio de 2015, el sistema escolar había detectado como tales… al 0,2% de los alumnos. El propio ministerio reconocía que había más de 145.000 alumnos con altas capacidades sin detectar ni cuidar. De ellos, recordemos, el 50% (unos 72.000) fracasará en el cole, y no por falta de talento, sino todo lo contrario.
Esperen, que este cuento español mejora. Las comunidades autónomas no se ponen de acuerdo ni a la hora de definir qué es una «alta capacidad». Ni en cómo buscarla. Y pasan cosas kafkianas: Murcia tiene tantos alumnos con estas capacidades como Madrid, Cataluña, Valencia y el País Vasco juntas. Y aún así los murcianos sólo han detectado al 0,9%. Claro que Valencia, esa meca del desarrollo y la corrupción, se queda en el 0,01%.
Piénsenlo. ¿Qué se merece un país que desperdicia de esa manera a los mejores de sus hijos? Pues quizá lo que tenemos, en fin.
Dicho lo cual, sigamos hablando de Venezuela.