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Cautivo y desarmado

Flores de cerezo

El otro día mi santa madre estuvo a punto de meterse en una pelea. Con un señor. Y pese a la diferencia de sexo y de edad (a pesar de que mi mamá tenga 30 años, como todo el mundo sabe, desde hace unos 35), no hay duda de quién hubiera ganado: doña Milagros, enfadada, es mucha mujer.

La culpa fue de una rama. Me explico. Enfrente de casa de mis progenitores, en la Plaza de Los Tilos, hay una fila de cerezos ornamentales. En esta época del año, durante unos pocos pero increíbles días, los cerezos son una belleza, un esplendor rosa brillante. Mi madre los mira con los mismos ojos que pone, por ejemplo, para sus nietos. O casi.

Así que imagínense la escena: mis padres salen en coche de casa y ven a un señor bajito, de unos 50, tirar y tirar de la rama de uno de los cerezos (una señora rama, no una ramita) hasta arrancarla de cuajo. Para cuando mi padre se dio cuenta, mi señora madre había saltado del coche y se lanzaba, a voz en grito, hacia el arboricida. El tipo, avergonzado, intentaba esconderse -él y la rama del delito- tras un contenedor.

Pero de nada le hubiera valido edad, sexo ni escondite: si en ese momento no se hubiera abierto el semáforo, con el cabreo de media docena de coches detenidos tras el de mi padre, hubiera ardido Troya.

Pero quiero pensar que el hombrecillo de la rama de cerezo se lo pensará dos veces antes de volver a hacer de las suyas. Y se me ocurre que nuestra ciudad -tan llena de gente maleducada que malaparca, que malresponde, que maltrata las cosas de todos- estaría mejor con más gente como mi mamá. Gente capaz de pegarse por una rama de cerezo llena de flores.

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Cautivo y Desarmado: cada viernes, en Diario LA RIOJA. Lo escribe Pablo Álvarez, jefe de información de la web de Diario La RIOJA


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