A estas alturas hay que tener mucha fe (o mucha contumacia) para seguir declarándose marxista. Cada uno cree en lo que quiera, claro: otros hay convencidos de que Benedicto, desde el mismo momento en que le nombraron (y no un minuto antes) es infalible.
Mejor le hubiera ido a Marx si hubiera sido así de infalible. Porque el pobre se equivocó. Y se equivocó mucho. Como todo buen economista, acertó plenamente explicando el pasado -las condiciones de la clase trabajadora eran insostenibles- pero falló de pleno prediciendo el futuro.
Porque donde él vio guerra de clases inevitable, sólo ha habido un inevitable crecimiento: el de las condiciones de vida de los obreros. Con agujeros, déficits y desequilibrios, claro. Pero crecimiento. En parte porque el patrón no es tonto, pero también en parte, y parte grande, por culpa de los sindicatos.
No tienen buena prensa, los sindicalistas. Cierto es que entre ellos, como entre todo colectivo humano, hay un porcentaje de tontos significativo. Y cierto es que los clichés obligan al sindicalista, en cuanto se encuentra con un micrófono delante, a soltar algunos tópicos, algunas demagogias y algunas bobadas.
Pero con todo y con eso, en esas generaciones de lucha sindical, con algunos quebrantos y no pocos héroes, florecen muchas de las razones de que este mundo nuestro sea mejor que el que veía Carlos Marx.
Hoy, Primero de Mayo, los sindicatos saldrán a la calle. Muchos de ellos, curiosamente, se declararían más o menos marxistas si se les preguntara. Es curioso: ellos trabajan cada día para que Marx siga equivocándose. Y hacen bien.