Menuda noche que habrán pasado, las criaturitas. Qué mal rato. Lo mismo no pudieron cenar, y de dormir ni hablamos. Porque, ya se sabe, cuando el miedo entra en el cuerpo no quedan ganas de ná. Y ellos (o ellas) tienen miedo. Por arrobas.
Si es que esas cosas no se hacen, hombre. Ni aunque uno sea presidente del Gobierno. Don Pedro Sanz, mandamás de todos los riojanos, anunció ayer en sede parlamentaria que prepara «un ajuste» en algunas direcciones generales de su ejecutivo. Algunas se unificarán, otras se quedarán como están y otras, en fin… desaparecerán. Lo que viene a ser como un ERE, pero en fino.

Qué desconsideración, la de don Pedro. Las pobres criaturillas están ahora mismo que no les llega la camisa al cuerpo; en su cabeza repasan cada reunión, cada encuentro casual, cada sonrisa. Aquella vez que, jurarían, el jefe les miró con gesto torcido; aquella palmada en la espalda que parecía más un empujoncito hacia la tumba, ahora que lo piensan.
En tiempos de don Paco, los ministros vivían con el miedo a ver parar un motorista de El Pardo ante su puerta. Es de suponer que las cosas se harán ahora de modo más civilizado y como de mejor rollo. Pero cómo me gustaría poder ver la carita de los Ilustrísimos cuando su secretaria les diga: «Tiene una llamada del Palacete».
En fin, todo sea por el ahorro en tiempos de crisis. Y tampoco hay que sufrir excesivamente por ellos, que para eso la mayoría eran funcionarios antes que frailes. Pero la nochecita de miedo no se la quita nadie. Me parece verlos de rodillas ante la cama, rogando al cielo: «Que me quede como estoy…»