Voy a citarles una frase, pero antes permítanme ponerla en su contexto. La escribió un lector de la edición digital de este periódico del martes día 14. Era un comentario –anónimo, claro– a una noticia que hablaba de la muerte del bebé Rayan, el prematuro hijo de Dalilah, la primera muerta por la ‘gripe A’ en España.
Dicho lo cual, ahí va la frase, con su delirante ortografía intacta: «Primero vienen aqui a traer a parir a las mujeres para sacarle los cuartos a este gobierno y a chupar de la seguridad social de gratis… y ahora hay que indemnizarles???.».
Confieso que cuando la leí por primera vez me quedé paralizado. Porque sí, uno sabe que por el mundo anda mucha alma negra, pero impresiona encontrárselas de frente. Aunque la maldad camina por el mundo, uno siempre espera que pase por la otra acera.
Quizá por ser padre reciente, simplemente hacer el ejercicio de ponerme en la piel del tan desgraciado esposo y padre –tan joven, tan golpeado– me produce auténtico pavor. Podrían ser mi mujer y mi hijo.
Algo en la más elemental esencia del ser humano incluye la solidaridad: el ser capaz de entender el dolor ajeno, de sufrir por él, aunque sea desde lejos. Pero algo también elemental impide a algunos llegar a esa empatía. Y miro a mi alrededor, y veo cada vez más de esa bilis destilada. Más vecinos que encuentran excusas, ejemplos o novelas para justificar ese creciente racismo que vive a nuestro lado.
Esa gente, autojustificada y orgullosa, disfraza de ideología lo que sólo es prejuicio, de información lo que sólo es ignorancia. De ideología lo que es sólo, en fin, la pura maldad.