Los logroñeses somos tontos. No lo duden: si así nos consideran, y como a tales nos tratan, será que lo seremos. Y puesto que el tratamiento se perpetúa, y sobrevive a gobierno municipal tras gobierno municipal, es como para empezar a pensárselo.
La última: el Ayuntamiento iba a cargarse la ‘Casa del guarda’ del Seminario. Pero con mala conciencia, porque cuando eran oposición, los ahora mandamases habían protestado airadamente por el derribo.
Puestos a ello, claro, mejor optar por la solución «los logroñeses son tontos». Así que lo hicieron un lunes de agosto, bien de mañana, sirviéndose de un informe de ruina total –la casa está en el mismo estado de ruina que iba a estar en, digamos, tres años– y sin anuncio previo.
¿Qué hubiera hecho un Ayuntamiento que no creyera tontos a sus ciudadanos? Probablemente convocar a la prensa, explicarse, decir «donde dije digo», enseñar informes, explicar motivos y esperar de sus ciudadanos comprensión o, al menos, crítica informada.
Pero no. Los logroñeses somos tontos. Somos, al fin y al cabo, los mismos que nos tragamos el derribo de la Casa de las Tetas, ejemplo parecido: la han derribado, ya no existe, y en su lugar se edificará una parecida, no la misma. También somos los que, con otro Ayuntamiento, aceptamos el derribo muy similar del edificio modernista de Avenida de La Rioja. O el aún más delictivo de los restos del Puente de Piedra, con los arqueólogos literalmente corriendo ante las excavadoras que devoraban lienzos de muralla del XVI.
Vemos cómo nuestra ciudad se va haciendo más y más fea. Y nos da igual: será que somos, en fin, tontos.