Usted está para solucionar problemas, señor alcalde. Usted, señora concejala, sirve para servir (¡toma juego de palabras!) a sus convecinos, y no para hacer que se enfrenten entre ellos. Y usted, señor parlamentario, debería trabajar por quien le paga. Y quien abona la sin plomo de su coche oficial, recuerde, soy yo. Somos nosotros.
Yo, sinceramente, no necesito para mucho a los políticos. A veces vienen bien para rellenar alguna página de periódico, y en San Mateo hacen bonito, piripis de zurracapote de chamizo en chamizo. Pero por lo demás me contento con que no molesten demasiado, con que lleven bien el traje y no hagan demasiado el tonto.
Pero debe ser demasiado pedir, por lo que se ve. No pueden remediarlo: deben demostrar, cada vez que pueden, lo poquito que les importamos comparado con lo que les preocupa su trasero trajeado.
Fíjense en lo de Lardero. ¿Creen ustedes que la tránsfuga Vallejo, el alcalde-de-rebote-Elguea o la alcaldesa-con-un-palmo-de-narices-Beni han pensado durante un cuarto de segundo en si lo mejor para el pueblo es que ellos manden (o no)? Ya se lo digo yo, que para eso me pagan: ese detalle les importa lo que la ética periodistica a un reportero del Tomate. Cero.
El otro día, asustado, leía lo que opinaban en internet los vecinos de Lardero sobre este asunto. La cantidad de mala leche, odio, mezquindad y capullismo que vi en la pantalla de mi PC acojonaba. Allí daba lo mismo decir que uno era un borracho, que otro un ladrón o que el de más allá tenía una tienda que había que ir a quemar. Unos fascistas, otros aprovechados. Tontos unos, chorizos otros.
Así que enhorabuena, politiquillos. La han liado entre sus vecinos por asegurarse su sueldo. Espero que le saquen rendimiento a hacer lo contrario de lo que deben, pero no les extrañe luego que cada vez más gente se pregunte lo obvio: «Y esta gente… ¿pa qué sirve?».