Yo conozco al único tío de mi generación que era fan de Marta Sánchez. O al menos, al único que lo admitía. El chaval tenía todos los discos, iba a los conciertos y hasta bailaba en el derribado Foro de la calle Mayor las canciones de la rubia, aderezadas con algo de Nino Bravo. Y no, no es gay. Tampoco ahora, casado y con hijo, reniega de sus gustos de niñez. Menudo es.
    Pero ahora Miss Sánchez tiene más fans. Al menos, uno más: ayer me apunté en la lista.
    Supongo que lo habrán visto ustedes, pero por si acaso se lo cuento. Supernova Sánchez, la musa gay española por excelencia (con permiso de Alaska) debía dar el pregón en el Día del Orgullo Gay en Chueca. Allí, en pleno epicentro del arco iris hispano, a la rubia se le debió subir la silicona a la cabeza: «Como aquí hay gente de toda Europa», pensó, «y los gays son gente moderna, les doy el pregón en inglés».
    Pero apenas había pasado la Madonna de Lavapiés del ‘good morning’ cuando la muchedumbre empezó a abroncarla: la pobre rubia, avergonzada, reculó soltando en perfecto castellano: «Si es que no me dejan estos maricones».
    Y es que a Miss Sánchez, como a buena cantidad de peña, no se le mete una cosa en la cabeza: que «estos maricones» son gente normal, españolitos de a pie con DNI y sin  escamas.
    Que como el hispano medio, el gay medio sabe lo que Torrente: que el inglés se habla igual que el castellano, pero más despacito y gritando.
    Que como el íbero medio, los maricones de Miss Sánchez  quieren tener niños que también serán españoles: malcriados, gritones, molestos y del Madrid.
    Que, como a casi todos, a ellos les gustaría casarse por la iglesia, y de blanco (aunque fueran ambos) si es posible. A los obispos y a Rajoy no les gusta, y no se sabe por qué: uno se casa, echa niños, sienta la cabeza y, al final, acaba votando al PP. Aunque sea gay.