Mi señora esposa es de las que guardan cosas. Tiene, por ejemplo, un cajón de regular tamaño lleno de basurilla que quiere que nuestro hijo recuerde de mayor. Fotos, álbumes, zapatitos. Y los periódicos de verano del 2008, cuando España ganó la Eurocopa.

Porque, sí, mi primer hijo nació el año en el que Casillas levantó su trofeo. Y, sí también, mi segundo hijo nacerá si todo sigue bien en este otro año histórico, cuando la Selección juega la primera final de Mundial de su historia. Por lo que se ve, la tripa de mi señora es como el pulpo Paul, y siempre acierta con España.

Sospecho que mis dos hijos van a ser mejores que yo. No porque ya los conozca –pobres, tan pequeño uno y tan nonato el otro– sino que es por pura tendencia. Me da a mí que los jóvenes de ahora son mejores que los jóvenes de antaño. Y como me puede el optimismo, me parece que la tendencia ha de continuar en el futuro.

Sí, los chicos de ahora son mejores que nosotros. Chicos como estos esforzados de ‘La Roja’, sobrados de talento y carentes de todos los prejuicios y los pesimismos que nos ataban a los de antes. Chavales que se han criado en un país en franco desarrollo, europeo ya, por fin y de una vez, sin nada que envidiar a los vecinos del norte.

Estos chavales son mejores. Hablan más idiomas, viajan más, tienen menos complejos. Tienen Internet como una segunda piel y, pese a lo que parecía, no son por ello menos sociables, sino más.
Con un poco de suerte, estos chavales ganarán el domingo el Mundial. Bien por ellos, y por nosotros: tenemos suerte de que nos mejoran.