En Logroño hay cada vez más zona azul. Ahora le han cambiado el nombre y se llama ORA, y además de rayas azules también hay verdes. Pero es el mismo perro con distinto color: si quieres aparcar, tienes que pagar.
El Ayuntamiento acaba de crear tropecientas plazas más de pago. Hasta 386, para ser exacto. Y como siempre que eso ocurre, hay un cabreo más o menos generalizado en el vecindario, aderezado por las oportunas (y algo oportunistas) críticas políticas. Que si qué vergüenza, que si qué afán recaudatorio, que si qué tal, que si qué pascual.

A nadie le gusta rascarse el bolsillo para casi nada, cierto y obvio. Pero también es cierto y obvio que no hay más remedio. Las ciudades modernas en los países occidentales tienen un problema común: hay tantos coches que sencillamente no caben. Además, la tendencia urbanística es recuperar espacios para la ciudad que antes eran espacios para el coche. Logroño ha llegado tarde a esos impulsos, pero ha llegado.
Pero con dos o más coches por familia, y con una ciudad crecientemente más peatonal, el problema es de puro espacio, y de pura lógica. El que quiera ir al centro de la ciudad, llevarse su cochecito y aparcar cerquita, tendrá que pagárselo. Y si no, hay otras alternativas: andar (se puede, se lo aseguro), ir en bici, utilizar el autobús.
Una ciudad, y menos una ciudad del tamaño de Logroño, ha de intentar ser más humana, más cercana, más sencilla. Menos pendiente de las necesidades del coche. Ahora, las cosas como son, aparcar en el centro es más fácil que nunca. Pero hay que pagarlo. Y qué quieren que les diga: eso es bueno.