El más nuestro de los presidentes (Pedro Sanz) ha aterrizado ya en Logroño. Ha estado por allí haciendo patria; o sea, viendo a riojanos expatriados, revisando qué se hace con nuestros dineros de cooperación, visitando ministros. Esas cosas que hacen los presidentes de viaje, vamos.
Son viajes que hay que hacer, supongo, y que entran en el sueldo de la máxima autoridad que entre todos hemos elegido. Pero son viajes que resultan inevitablemente ensombrecidos por fechas y por sospechas.
Por fechas: el año que viene hay elecciones. Por sospechas: con el dinero de todos, Sanz visita a grupos de exiliados que tienen derecho a voto, y que dentro de ocho meses serán convocados a unas elecciones en La Rioja.

El asunto siempre me ha parecido bastante de abracadabra. Respeto a los emigrantes riojanos hasta el infinito y más allá, por razones de lógica y por razones familiares. Pero no entiendo, sinceramente, que sigan teniendo derecho a voto en las elecciones riojanas.
O sea. Un señor que lleva viviendo de Buenos Aires desde 1950; que sólo ha venido a Logroño de vacaciones o invitado por el Gobierno de La Rioja; un señor que no sabe nada de los problemas de La Rioja; un señor que al único político riojano al que conoce es al presidente tan majo que le visitó en aquella ocasión tan emocionante en el Centro Riojano; ese señor tiene derecho a decidir quién gobierna en La Rioja, donde no va a vivir nunca.
En una comunidad tan pequeña como ésta, esos miles de votos lejanos podrían, no es tan difícil, decidir una elección. Y sinceramente: no es justo.