A todo el mundo le importa lo que ocurra con Wikileaks. A usted también, señor o señora, que utiliza Internet o no, que confía o no en los periódicos y sus cosas.
A todo cristo le importa, porque la actividad de esta web desveladora de secretos podridos, y la reacción que los gobiernos de medio mundo están teniendo ante ella dicen muchas cosas sobre nuestro mundo. Y pocas de ellas son buenas.
Básicamente: se han expuesto un buen montón de malas prácticas de gobiernos de todo el mundo. Prácticas lamentables, delictivas a veces, siempre inmorales. En lo que nos toca, sabemos por ejemplo que el gobierno Zapatero hizo lo posible por retrasar y enterrar el caso Couso (el asesinato de un español, no olvidemos) y que sin embargo corrió a crear una polémica ley antipiratería a beneficio de la industria cultural. Y ambas cosas, al dictado del amigo americano.

Las revelaciones no han servido para que nadie dimita. De hecho, los gobiernos ni siquiera se han molestado en negar la veracidad de lo denunciado. Quizá porque era innegable.
En lugar de eso, se ha desatado una campaña mundial en el más puro estilo ‘cosa nostra’ contra Wikileaks y su fundador, Julian Assange: acusaciones (como poco raritas) de abuso sexual, cancelación de las cuentas bancarias, del alojamiento web, de donaciones vía tarjeta de crédito… Ahora mismo usted puede usar su Visa para pagar pornografía y armas, pero no para donar dinero a Wikileaks. Que debe ser mucho peor.
Nuestros gobiernos no desmienten a Wikileaks. Lo que dice es verdad, pues. Simplemente intentan acallarlo, y por ende también a nosotros. Por eso nos importa: es o ellos o nosotros.