Ser del Madrí, en estos momentos, es instructivo. A uno le obliga a ejercitar la humildad, virtud cardinal, pero también la envidia, pecado capital: ojalá fuera del Barça, piensa uno en su almita blanca.
Ocurre en todos los ámbitos de la vida. A uno le obliga pasado y condición, porque al fin y al cabo ser del Barça es como ser gay: uno no puede evitarlo, le gusta lo que le gusta. Pero llega un momento en que lo cortés y lo valiente han de coexistir, en que uno se descubre mirando la tele y pensando: joé. Ojalá éstos fueran mis chicos.
A veces hay adversarios políticos admirables, también. Puede que no todos los del PP sean unos mambrús, y no todos los del PSOE unos mequetrefes. Aunque a usted le parezca mentira (que también nació con la rosa o la gaviota, lo sé) los chicos de la otra acera no tienen cuernos ni rabo.

Los hay tontos, ya lo sé, aprovechateguis, inverecundos y soplagaitas. Los hay ladrones, y también aspirantes a tiranos que no llegan apenas a subirse a su silla de concejal de pueblo.
Pero no todos, y no siempre. Como llegan elecciones, el tono habitual de los voceros del apocalipsis subirá. Así que nos vamos preparando a vivir como si el mundo fuera una gran tertulia de Intereconomía: a gritos y con argumento del estilo tablero de ajedrez. O sea, blanco-negro-blanco-negro-blanco, y si me amenazas me enroco.
En fin. En Logroño las cosas se han puesto bonitas para mirar la actualidad como quien ve un partido de balonmano, sólo que a tres (o cuatro) bandas. Yo, al menos, aspiro a comprarme un cubo de palomitas y a disfrutar. Disfruto como si fuera del Barça. Pero no se lo digan a nadie.