Esta noche es la fiesta del baloncesto riojano. Hay que afinar: es la fiesta del CB Clavijo, el mejor club de esto que ha habido en La Rioja. Pero todavía se puede afinar más, o al menos así me apetece: hoy es la fiesta de Jesús Sala.
Sí, ya sé. El baloncesto es un deporte de equipo, cuando se gana es mérito de todos, y blablabla. Pero qué quieren que les diga: para mí, cuando hoy el Knet Clavijo haga lo que ningún equipo riojano había logrado, será mérito sobre todo del entrenador Sala.
Cuando Sala llegó a Logroño (con el currículum justo, insultantemente joven) se encontró un club que invitaba básicamente a salir corriendo. El Clavijo acababa como quien dice de llegar a la división plateada, y en el camino había ganado ya una Copa. Pero el precio había sido, literalmente, demasiado alto. No es que las arcas estuvieran vacías: había que cavar para encontrar el fondo. El equipo lo pagó con varias temporadas de plantillas apañadas casi de cualquier manera (y aún me pregunto cómo algunas de esas plantillas consiguieron mantenerse) y con años de una economía de guerra que aún no se ha superado del todo.
En medio de todo eso, soportando (sobre todo al principio) más de un grito desaborío, trabajando 13 meses al año en busca de jugadores a los que casi nunca podía pagar, hilvanando plantillas con poco que jugaban ante una grada en la que poco a poco sólo quedaban los incondicionales, estaba Jesús Sala.
Cierto es que éste del ascenso es uno de esos premios envenenados que sólo traen más trabajo y más exigencias. Pero eso será otro año. Por ahora, que le quitan lo bailao: bien hecho, coach.