No hay muchos científicos que nieguen la posibilidad de vida extraterrestre. El universo es demasiado grande, digamos, como para afirmar categóricamente que en ninguna de sus casi infinitas esquinas ha surgido una célula viva y replicante.
Otra cosa es, sin embargo, que los hombrecitos verdes hayan llegado a visitarnos. Aquí se da lo contrario: pocos científicos serios se han comprometido con la posibilidad de que hayan venido a visitarnos de esas maneras tan raras y secretistas que describen los ufólogos.
De los pocos defensores cientí- ficos de los platillos volantes, el más eminente probablemente fuera Clyde Tombaugh. Tombaugh fue uno de los astrónomos más destacados del siglo XX, y una de las pocas personas de las que se puede decir que descubrió un planeta del sistema solar. Fue en 1930; y requirió pericia, perseverancia y algo de genio encontrar esa pequeña bola de hielo que llamamos Plutón.
Andando el tiempo, Plutón fue degradado de planeta a planeta enano (en estas cuestiones, el tamaño sí importa), mientras Tombaugh seguía encontrando objetos casi invisibles en las fronteras de nuestro sistema solar: el descubrimiento de 15 grandes asteroides, al menos, lleva su firma. Y todo eso mientras, sí, se jugaba su crédito persiguiendo y describiendo ovnis.
En un par de semanas, la sonda New Horizons será el objeto humano que más se haya acercado a Plutón. Nueve años después de su lanzamiento, la pequeña (es un decir) astronave ensanchará los límites de nuestro conocimiento un poquito más. En ella, como pasajeras, van parte de las cenizas de Clyde Tombaugh. Un buen testimonio de lo que somos: capaces del genio y de lo absurdo, de lo grande y lo chusco. Humanos. Infinitos.