En el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, ilustre y noble ciudad cabeza de Álava-Araba y cuna del Glorioso, acaban de hacer el ridículo. Pero bien hecho.
Les cuento: a instancias de una moción presentada por Sumando (la marca de Podemos por allá) pero con el voto unánime de todos los grupos, el Consistorio que antaño fue uno de los más avanzados de Europa acaba de aprobar limitar las señales wifi en espacios públicos y prohibirlas (o casi) en zonas públicas infantiles. La excusa: básicamente, que las señales ésas del wifi son ‘mu’ malas para el ‘celebro’, y que, por precaución, pues mejor las quitamos.
Pues qué bien, dirán ustedes. Si eso aprueban, será que eso del wifi algo debe tener de malo. Pues no, les digo yo. No, y de ningún modo. No hay ni un solo estudio científico serio en todo el mundo que haya demostrado ni aunque sea un mínimo efecto negativo del wifi (o las microondas, o las señales de telefonía) sobre el organismo humano. Ni uno. Y no es que no se hayan hecho: pocas cosas habrán recibido más estudios en las últimas décadas. Pero lo dicho: nada de nada. Rien.
La cosa no es, en realidad, más que una ramificación de esa marea de tontería anticientífica que nos invade últimamente. Las magufadas más peregrinas, de los transgénicos a la homeopatía pasando por el wifi, no son más que una muestra de un rancio conservadurismo intelectual travestido de new age.
Por eso alucino al ver que esa renuncia suicida al método científico haya encontrado acomodo en la izquierda supuestamente más progresista. Confundiendo el tocino con la velocidad, mezclando anticapitalismo con anti-cientifismo, y anti-industrialismo, desde Podemos y las mareas se han subido a un carro que sólo puede llevar a un despropósito: que haya quien piense que la ciencia es de derechas. Y eso sí que no.