Y se acabó el asunto. Todavía no ha empezado, pero ya podemos darlo por muerto y enterrado. Como cada vez.
La cosa es más o menos así: cada vez que toca (o se huele) cambio de gobierno en los madriles el partido candidato a pillar cacho empieza a hablar de Educación. Lo primero que dice es que hay que cambiar la ley. Porque la que hizo el actual gobierno es sectaria, anticonstitucional y más mala que mandar a la abuela a por drogas.
Lo segundo es decir que hace falta un pacto. Hablemos y tal. Que esto hay que cambiarlo entre todos. Paz, hermanos.
Pero lo tercero que hace es hablar de religión. Y entonces el debate se va directamente al guano. Porque una vez sacado el tema de la dichosa asignatura las partes se alinean a ambos lados, con los más ultras en vanguardia, y ya puede llover que nadie se mueve un milímetro. Resultado: el nuevo gobierno sacará una nueva ley con sus propias fuerzas que los otros criticarán con saña y prometerán derogar a la próxima. Y otra vuelta a la rueda.
Permítanme que me ponga un pelín drástico. Señoras, señores políticos: la asignatura de religión NO IMPORTA. Nos pongamos como nos pongamos, la cosa ha sido, es y será una miserable ‘maría’ que los alumnos pasarán lo más rápido que puedan, camino de objetivos más serios. Y el hecho de que ustedes le dediquen tanta palabrería sólo indica una verdad bastante más inmutable que la Biblia: que a ustedes, en realidad, la educación les importa una higa.
No creo en sus buenas intenciones más que en Jesucristo Resucitado, pero soy capaz de caerme del caballo como Saulo si van y obran el milagro; si por una vez se sientan y paren una ley educativa hecha para durar, con cabeza y buena voluntad. Amén.