Y de repente, cuando usted se creía tan moderno, le caen mil latigazos. No a usted, es un decir. Los mil latigazos le van a caer a plazos (ya van cincuenta, el resto irá llegando) a un señor llamado Raif Badawi, al que usted probablemente no conoce. Pero debería conocerlo. Porque, ahí donde lo ve, el tal señor es un héroe.
Un héroe de nuestro tiempo, triste era en la que los malos, más que malvados, parecen sórdidos. Porque sórdidos son sus motivos, sórdidas sus convicciones y sórdidos sus métodos.
Raif es árabe, como su nombre señala. Árabe de Arabia Saudí, ese país tan amigo de occidente, tan moderno, tan de los nuestros. El delito de Raif es horrendo, o debe serlo. Porque además de los mil latigazos le han caído nada menos que diez años de cárcel por, atentos, «faltar al respeto al islam, delitos cibernéticos y desobedecer a su padre».
Raif, como usted, se creía muy moderno, muy del siglo XXI. Y abrió un foro en internet donde se opinaba que quizá la iglesia y el Estado debían estar separados, que quizá los curas tenían demasiado poder, que quizá los clérigos que proponían lapidar a los astrónomos por ir contra la palabra de Dios se estaban pasando ligeramente.
A Raif Badawi, a sus 31 años, lo bajaron del siglo XXI a fuerza de latigazos y cárcel. Y a usted también, en realidad. Nuestro mundo lleva un par de cientos de años intentando librarse de la religión. O al menos, intentando librarse de la garra obsesiva con que algunos religiosos se esfuerzan en tener agarrada nuestra libertad de pensantes anónimos.
Pero a estas alturas uno ya no sabe qué pensar. Igual el calendario del móvil está equivocado, y no vivimos en el 2015. Porque en este año los latigazos están prohibidos. O eso creía usted, ¿verdad?