A estas alturas todos tenemos el culo pelao con el guasap. O deberíamos tenerlo. Han pasado ya unos añitos desde que el programita de mensajería gratis total (o casi) irrumpió en nuestras vidas como un tren expreso, llevándose por delante gran parte de nuestro tiempo libre, nuestra intimidad y nuestro respeto por ese conocido del que de repente hemos descubierto que es un canso con afición por los chistes malos y los vídeos cerdos.
Pero la verdad es que, aun cuando han pasado esos años y ya vamos descubriendo los recovecos del asunto, seguimos cayendo como niños de teta en los mismos vicios, una y otra vez.
El peor, para mí, es la adicción al bulo. Una adicción que revela que en el fondo seguimos siendo un poco analfabetos en algunas cosas.
Con el asunto de los atentados de París ha vuelto a pasar. Por mis manos han pasado ya al menos dos amenazas terroristas en Logroño, ambas más falsas que Judas, ambas peor falsificadas que un billete de siete euros, ambas repetidas sin embargo por mentes y dedos crédulos.
Como siempre pasa en estos casos, se nos olvida que antes de repetir (con buena intención) algo que otro amigo nos ha pasado (con buena intención) hay que hacerse algunas preguntas.
En realidad, basta con una. Pregúntese usted donde está el enlace. Es decir, si alguien le envía una foto de una presunta noticia de la web de este periódico diciendo que un chaval de Jesuitas ha desactivado una bomba… ¿dónde está el enlace? ¿Por qué hace algo tan raro como fotografiar la noticia en lugar de enviarle un enlace a la misma? Y, ya puestos, ¿como es que algo tan gordo sólo está circulando por el guasap? La próxima vez, piénseselo. Que no cuesta nada.