La policía también se equivoca. Los ministros son perseguibles. El alcalde debe temer a la justicia. Y hasta la hija de un rey puede ir al trullo, si se lo merece. No es ninguna tontería: ése es, en realidad, el principio básico sobre el que se sostiene este castillo de arena que llamamos sociedad. Que o somos todos básicamente iguales (con todas las impurezas que la realidad deja en esa brillante frase) o mejor nos volvemos al árbol a comer hojas con los chimpancés.
En marzo del año 2013, en la comisaría de Calahorra, un señor fue atropellado. Un señor normal, vaya por delante, aunque el atropello sería igual de grave si se tratara de un quinqui. El hombre, después de atreverse a discutir sobre una multa de tráfico con los policías del turno de noche, acabó durmiendo en una celda, privado de la libertad, esa cosa tan pequeña sólo menos importante que la vida misma.
Fue así no porque lo diga yo, ni él, sino porque lo acaba de certificar la Audiencia Provincial en una sentencia sobre la que, es importante decirlo, aún cabe recurso.
Pero me apostaría el cuello a que a ese señor atropellado más de uno le dijo que lo olvidara. Que no iba a sacar nada quejándose, y que al final esas cosas siempre pasan, sin que nadie haga nada.
Y quizá sea así, ojo. Pero en esta ocasión, al menos, el atropello ha llegado lejísimos, hasta algo tan gordo como una sentencia de cinco años para el jefe de los policías de aquel turno de noche. Es una sentencia terrible, sin duda, pero también es una advertencia para otros lugares y otros tiempos: la ley nos protege de los atropellos, y está bien que así sea. Como está bien que el agente tenga aún el amparo de la ley para oponerse a la sentencia. La ley, la misma ley. Para todos.