Desde hace un tiempo, la prensa anglo se ha empeñado en desvelar que España -ese «pequeño país», según Los Angeles Times- está llena de racistas. Y para ello emplean cada episodio posible: una arenga de Luis Aragonés, cuatro aficionados haciendo el mono (literalmente) en Montmeló o, lo último, una foto de la selección española de baloncesto achinando los ojos para un anuncio.
Si usted, como yo, no
fuera un racista de mierda, seguramente podría objetar algo a todas esas cosas. Podría decir, por ejemplo, que vaya racista extraño que es Luis Aragonés, el mismo que dijo que el muy negro Senna había sido el mejor de la Eurocopa, el mismo que ahora entrena un equipo en Turquía. Podría decir también que es extraño llamar racista a todo un país por lo que hagan media docena de tontos; incluso podría argumentar que cuando una afición saca los grititos de mico para fastidiar a un jugador contrario, el argumento principal no es que el insultado sea negro: es que no sea «nuestro».
En fin. Si yo, como todos los españoles, no fuera un convencido de la supremacía blanca (por eso inventamos el KKK, ¿no?), podría argumentar que hay que estar podrido para ver algo ofensivo en el gesto de achinarse los ojos. Porque pensar que eso es hacer burla denota que uno cree que tener los ojos achinados es peor que tenerlos como Dios manda. Como ya lo sabía el que escribió lo de «chinita tú, chinito yo». Fofó, ese fascista.