La cosa es, en realidad, comprensible. Tanto tiempo que llevamos sin saber ni cómo llamar a las ciudades españolas, como para ahora, de pronto, aprendernos las chinas. O sea. Suficiente hacemos con aprender cómo se dice ‘Gasteiz’, ‘Girona’ o ‘Ourense’, como para ahora ponernos finos con la capital de la más popular de todas las chinas.
Y es que los pobres hispanoablantes soportamos mucha presión. Por un lado, todo tipo de politiquillos, tontainas y modernos analfabestias pensando que con cambiar los nombres se cambia la realidad. Por otro, la lengua con su normativa y el español (idioma) con su genio. Ése que nos recuerda que cuando uno está hablando en castellano, lo normativo es llamar a las ciudades, pueblos y demás por su nombre español tradicionalmente admitido, si es que existe y su uso no se ha perdido. Nadie nos pide decir ‘Mastrique’ en lugar de Maastricht, pero sí decir Orense, Gerona o Vitoria. Igual que decimos ‘Londres’ y no London, o ‘Moscú’ en lugar de ‘Mockba’. Algo que no se aplica a los nombres propios de personas y entidades (Bush no es Jorge, y eso tampoco le hace más listo).
¿Es tanto pedir? A saber. Desde la cercana Oion a la lejana Beijing, el mundo está como siempre. Mu complicao.