Esto de estar en crisis tiene (entre otros) un problema: que se oye mucha tontería. Ésta convulsión que nos ha tocado -de nuevo, como todas las anteriores, ‘la peor desde el 29’- viene rebozada en un buen montón de bobadas. Se dice, por ejemplo, que se debe «refundar» o incluso «redefinir» el capitalismo. O se dice que esto debe ser «el fin del sistema neoliberal en el que vivimos». Lo cual no está mal como frase, pero que en realidad no resiste la más mínima comparación con la realidad.

Se supone que un sistema neoliberal es aquél en el que la iniciativa privada campa por sus fueros sin intervención pública más allá del mínimo imprescindible. Pero eso está muy lejos de lo que realmente ocurre. Nada de irse hasta Wall Street: aquí mismo hay ejemplos bien concretos de ese extraño «neoliberalismo».

Supongamos que usted, por ejemplo, acaba la carrera de Farmacia y quiere poner su negocio. No puede, sencillamente: su iniciativa privada es rehén de una normativa pública basada en intereses corporativos, que ha obligado a generaciones de jóvenes farmacéuticos al subempleo o a largos procesos judiciales.

O supongamos que usted usa el autobús para ir de una ciudad a otra. ¿Puede elegir entre distintas compañías? No: sólo una puede cubrir cada línea aunque, como yo mismo sufrí durante años, convierta un trayecto de 90 kilómetros en una pesadilla de dos horas y media en tartanas lamentables.

Vale, seguramente estas cositas no tienen el glamour que da hablar de las hipotecas ‘subprime’. Pero es lo que tiene la economía a pie de tierra: la realidad hace que las bobadas queden expuestas.