Me falta algo, no soy yo. Me autorradiografío por las mañanas y confirmo el diagnóstico: hay un hueco insondable dentro de mí. Después de darle muchas vueltas intuyo cuál es el origen del mal. La semana pasada viajé al extranjero, a un país sin sangrientos programas del corazón ni incendiarios coloquios políticos. Al volver aquí habían cambiado muchas cosas. Cosas trascendentales. Uno se va, y en una semana se muere Rocío Jurado. Uno se va, y en una semana se celebra el Debate del estado de la Nación. ¿Puede alguien sobrevivir a la ignorancia de asuntos de este calado? En mi caso, a duras penas me sostengo de pie.
El historial clínico me recuerda que no es la primera vez que padezco estos síntomas. En otra ocasión, hace muchos años, me ausenté una larga temporada a miles de kilómetros. A la vuelta, mis amigos me recogieron en el aeropuerto a la voz de «¿Qué tal lo has pasado pecadorrrrr de la pradera….». Así, de sopetón. El agotamiento del viaje me hizo dudar de todo. De la capacidad mental de mis amigos, del logopeda que nos trató cuando éramos chavales, del planeta en el que había aterrizado. En el camino de regreso a Logroño me inyectaron una dosis reconcentrada de ese Chiquito que en mi ausencia había invadido la televisión y las vidas de todos, me explicaron por qué andaban a saltitos, me describieron qué era un fistro sesual y al final les agradecí el tratamiento con un sincero jarrrlll.
Estos días hecho un falta un proceso de descomprensión parecido a aquél. Ponerme al día por la vía rápida. Contar en el cerebro con las mismas palabras gruesas y las mismas fotografías lacrimógenas que los demás tienen ya en su disco duro personal. Saber qué le echó en cara Fidel Albiac a Zapatero, si Rajoy le dio el pésame a Amador Mohedano. Porque lo peor de viajar tan lejos es la confusión que invade al que regresa ¿Me he perdido la muerte de la Nación o el Debate del estado de Rocío Jurado? Este jet lag me está matando.