A veces hace falta que llegue un invitado a cenar a casa para hacer ver que algo no va bien. Que el gotelé  de las paredes hace años que se pasó de moda, que ya es hora de renovar el mobiliario, que las grietas son mucho más profundas que la última vez que vino. Hasta que el forastero no llega a los postres y deja caer su veredicto en la sobremesa, el propietario de la casa sigue reconfortado en su polvorienta comodidad. Al final de la velada el extraño agradece educadamente el agasajo y, al marcharse, deja una estela de dudas inocentes en el domicilio que abandona: ¿llevará razón?.
    La economía riojana ha invitado esta semana a su mesa a los gerifaltes del sector del calzado. Y uno de ellos, que conoce las gastronomías de todo el mundo, ha dicho lo que quizás a algunos de los anfitriones ha hecho removerse de sus asientos. «China está utilizando los mismos activos que empleó España cuando empezó su desarrollo: la mano de obra barata», afirmó en Logroño el presidente de la Confederación Europea del Calzado, Rafael Calvo. O sea, que el «monstruo amarillo» que amenaza los cimientos de la industria doméstica enseña, en realidad, los mismos dientes que se enseñaban aquí hace décadas.
    No era un comentario para rellenar el silencio entre plato y plato. Calvo también advirtió de que no vale quejarse o seguir anclado en la rutina. Que, manteniendo las reglas del juego, lo que hay que hacer no es patalear contra la competencia asiática sino colaborar con ella y tirar por el camino de la innovación. Antes de marcharse, el mandamás de los zapateros se despidió con lo que pocos oídos quisieran escuchar: China no se quedará eternamente en la producción de costes baratos y calidad cutre. Igual que hizo España, el mercado asiático crecerá. Y lo hará hacia una producción más exclusiva que, entonces sí, golpeará el hígado del sector nacional si no reacciona. El anfitrión tiene hasta entonces para hacer bien la digestión y renovar la casa.