Al mejor amigo del yayo Tasio le dicen ‘Garganta profunda’. Siempre supuse que el mote le venía por su facilidad innata para pimplarse los chatos de vino como si tuviera extirpado el esófago. Pero no.
    El abuelo me confirmó que se ganó el apodo a fuerza anticipar entre la cuadrilla noticias bomba sin revelar jamás de los jamases, ni siquiera en las interminables cenas que acaban entre humo de farias y pacharanes sin hielo, la identidad de sus confidentes. Fuentes de información que, por la rutina que arrastran desde que se jubilaron, sólo pueden residir en los bancos de El Espolón, las cocinas de la sociedad gastronómica en la que comen todos los jueves o las terrazas de Avenida de Portugal donde cada mañana leen por la cara la Nueva Rioja mientras toman un descafeinado con sacarina.
    ‘Garganta profunda’ desplegó su última exhibición la semana pasada: «La mitad de los consejeros van a volar», sentenció con el aire entre misterioso y confidencial con el que acostumbra a envolver sus exclusivas mundiales. Como siempre, esperó a que sus decrépitos oyentes le reclamasen más detalles, nuevos indicios, algún matiz extra para sentirse importante y seguir relatando pausadamente, entre trago y trago de vinacho, que Alegre ya sólo quiere estar con su nieta. Que Loza se marcha de compras, que Pedro (siempre le llama así, como si le conociera de toda la vida) no se lleva con Arancha, que Muñoz vuelve a clase, que Erro tiene los días contados desde que los americanos llegaron para no quedarse…
    El jueves por la noche ‘Garganta profunda’ no acudió a la cena de la cuadrilla. El yayo y los demás le esperaron hasta las diez para pedirle cuentas de los cambios que no ha habido en el Palacete. Pero no apareció. En su casa tampoco saben nada. Dicen que dice que le han obligado a guardar silencio porque es inminente su nombramiento como director general.
    Quizás de Juventud. A lo mejor de Comunicación.