Es más que probable que usted disponga de alguna virtud que le haga único y diferente. Un rasgo de su personalidad, un epígrafe en su currículum, una cualidad que le desmarque de los demás. Y sin embargo, también es más que probable que nadie fuera de su entorno sepa de esa singularidad. Pero no se atormente: consuélese sabiendo que es un síndrome común que padece hasta el mismísimo Príncipe de Asturias.

En su caso, el rasgo por el que más ansía destacar pero (casi) nadie percibe es que es persona. Lo que para el común de los mortales forma parte del equipamiento de serie, para el Príncipe resulta un atributo que le cuesta un mundo demostrar. Coincidiendo con su 40 cumpleaños, don Felipe ha querido curar su mal publicitando un vídeo en el que se esfuerza por dejar constancia de esa condición humana.

Las imágenes pretenden rezumar la cotidianeidad de cualquier persona. Incluso están tomadas con el aire de aquellas películas en Súper 8 que no encuadraban bien y en el sonido se colaban las voces de otros viandantes.

Como digo, el film abunda en la naturalidad. Se le ve despachando con el Rey en una estancia colmada de bronces y tapices antiguos. Una faceta que combina con el día a día junto a su familia, paseando en armonía por los regios jardines de La Zarzuela en invierno. La hija mayor anda en una coqueta bicicleta rosa por su parque privado, mientras la madre empuja el carrito de la menor entre hiedras, setos delicadamente podados y árboles de hoja perenne en tonos ocres.

La parte final del vídeo trascurre dentro del palacio-hogar mostrando a las niñas un puñado de cuentos. Entre ellos hay uno titulado Pluma y Tapón que explica la historia de dos amigos, un rinoceronte y un pájaro, que detestan el agua hasta que un día se caen al río y descubren que no es tan mala. Lo sé porque una noche a la semana yo, que también soy persona, se lo cuento a un príncipe.