Al oeste de Tejas, en un minúsculo pueblo llamado Eldorado que parece anclado en el tiempo, se levanta una gigantesca construcción de mármol blanco. Se trata de un templo bautizado como Anhelo de Sión y que ejerce como centro neurálgico de un grupo religioso que responde al no menos grandilocuente nombre de Iglesia Fundamentalista de Jesucrito de los Santos de los Últimos Días.

Unos cientos de sus seguidores han vivido allí dentro durante los últimos años en la más absoluta felicidad. Sin radio, televisión, teléfono, internet ni periódicos, su realidad era la fabricada a su medida por un tipo llamado Warren Jeffs que hacía las veces de profeta.
Ataviados de forma espartana, el gesto siempre reverente y sumergidos en una rutina que iba de la oración y al trabajo y del trabajo a la oración, los habitantes de Anhelo de Sión estaban convencidos de que el mundo acababa al otro lado de los muros que delimintaban el rancho. Intuían que más allá de ese perímetro existían otras hombres, otras mujeres, otros niños susceptibles de caer en las garras de un satán que jamás osaría franquear las puertas de aquel paraíso.

La semana pasada, especialistas de la Agencia de Protección de Menores de Estados Unidos irrumpieron en el Anhelo de Sión y descubrieron un mundo en le que las niñas eran obligadas a mantener relaciones sexuales con hombres mayores, éstos tenían multitud de esposas y las mujeres (de cualquier edad) tenían como meta parir y parir hijos para mayor gloria de Warren Jeffs.

La barrera que separaba su realidad de la realidad exterior se desmonoró de pronto, y cayeron en la cuenta del endeble andamio que sustentaba su vida. Comprendieron entonces que el riesgo no es fabricarse una burbuja o dibujar rayas divisorias. Lo peligroso es decidir qué lado de la línea es el bueno y el malo. ¿Está seguro en cuál está usted? Siempre habrá un profeta de guardia para darle la respuesta oportuna.