Disculpe la falta de originalidad, pero hoy voy a escribir sobre la crisis. Le hubiera ahorrado soportar un capítulo más del tema que inunda todas las conversaciones si no fuera porque tengo la solución para acabar con todos los males económicos.
Para ser honesto, la idea no es original.

La he tomado prestada de las administraciones, bancos y grandes empresas y pasa por eliminar la cena de Navidad o, en su defecto, ese vino de confraternización que tradicionalmente se sirve por estas fechas para clientes y trabajadores. Después de sesudos análisis presupuestarios de los departamentos financieros, resulta que la receta consiste en ahorrar unas raciones de calamares fritos, quizá una docena de solomillos con foie y algunas botellas de Rioja. Por supuesto, se han pasado por alto otras alternativas menos contundentes como adelgazar la nómina de altos cargos de labores inciertas, imponer un plan de productividad para funcionarios durmientes o recortar los incentivos por hacer lo que están obligados a hacer.

Tras el mítico ‘menos choricillo y cohetes’ en las fiestas de los pueblos del pasado verano, este invierno se impone el ‘ni garrapiñadas ni turrón del duro’ en las cestas de Navidad. Los planes de ajuste amenazan con extenderse a otros capítulos del gasto corriente, y los expertos hablan ya de obligar a escribir por la otra cara en los folios usados, retirar los caramelos de las salas de espera y nunca tirar un boli hasta agotar toda la tinta.

Cómplice de ese afán, también yo quiero hacer mi modesta contribución a esas medidas de choque desde esta columna, así que ahorraré el punto final que debería ir justo aquí