Un día de estos aparecerá en éste y el resto de los periódicos una de esas grandilocuentes listas con lo mejor y lo peor del año. Los dirigentes más relevantes, las fuerzas vivas de la sociedad, darán su particular veredicto sobre qué hechos y qué personas merecen un lugar destacado en ese 2008 para conformar un ranking en el que (ya se lo adelanto) usted no aparecerá.

Para resarcirle he elaborado mi propio listado en el que quizá usted pueda verse reflejado. Es un catálogo de gente anónima y detalles minúsculos que han hecho que este año que se va merezca la pena. La lista la encabeza mi ferretero. Cada vez que le llevo una bombilla rota para comprar otra igual examina el casquillo con atención de entomólogo. Mira la lámpara como si fuera una gema única y, aunque la tienda esté abarrotada o hace veinte minutos que debiera haber cerrado, pierde el tiempo que haga falta por las profundidades de su almacén hasta que da con el recambio apropiado. En los puestos de privilegio se sitúa la camarera de un bar de barrio al que caigo de vez en cuando a desayunar. No importa que haya crisis. Ni que en su calle no hayan puesto luces de Navidad y el resto de los comerciantes esté en pie de guerra. Cada día viste la misma reconfortante sonrisa.

Pero el lugar de honor es para la entusiasta propietaria de la tiendita donde compro el pan. Siempre me da una chuchería para el crío y a veces (no sé si por generosidad o falta de cambio) también me perdona algún céntimo de la cuenta. Me dice que todas las semanas lee esta columna, que le gusta mucho que hable del yayo Tasio, de las cosas cotidianas, de la gente de la calle. Cuando me marcho, no deja de despedirse con un sincero: “Muy bien Pío , sigue así”.