Hace ahora poco más de un año, Juan José Cortés dejó de llamarse Juan José Cortés. Desde entonces es el padre de Mari Luz. Con ese bautismo mediático empezó una nueva vida hilvanada a la muerte de su hija. Y con la labor que arrancó entonces y que esta semana le ha traído a Logroño para recibir el premio del Foro Francisco Sáez Porres por sus valores solidarios ha ido construyendo una descomunal figura que repiquetea cada vez más fuerte contra el poder.

Pero la rebeldía del padre de Mari Luz no está en las pancartas ni las barricadas. Por el contrario, su discurso está cargado de sobriedad y de equilibrio, de respeto y contundencia. Tenía todos los boletos para ser discriminado por gitano y pobre, pero ha emergido contracorriente haciendo de la serenidad el arma más eficaz. Si antes del drama Juan José hubiera abogado como hace ahora por la cadena perpetua y una refundación de la Justicia, le hubieran crucificado. Pero quien lo pide es el padre de Mari Luz. Y todos le respetan.

Quizás porque fue futbolista, el padre de Mari Luz conoce el terreno donde juega. Todos quieren una pizca de su aura, verse reflejado en su mirada de ojos negros. Pero ya lo dijo aquí: no se dejará manipular. Más bien parece que quien maneja los hilos es él, y que en una democracia de mayorías sólo pide dejar que la mayoría diga que quiere la cadena perpetua. Que en un Estado donde los partidos miran hacia sí mismos y las urnas, incluyan en su programa electoral el endurecimiento de las penas que muchos de sus votantes reclaman si no quieren apearse del poder.

Toda una revolución. Una revuelta civil de alguien que ha perdido su hija y su nombre.

Foto: Enrique del Río