Rajoy no sabe hablar inglés. Lo confesó el otro día en ‘Tengo una pregunta para usted’, ese espacio de televisión capaz contra todo pronóstico de rivalizar en audiencia con ‘La Noria’ o ‘Dónde Estás Corazón’ cambiando estrellas de la farándula por políticos de postín.

Intuyo que la cuestión planteada por un ciudadano cualquiera de los cien que acuden en cada tacada al programa pretendía conocer las destrezas del líder de la oposición para representar al país si gana las elecciones. Quizá porque el aludido no percibió en la pregunta el tufillo de un posible gran titular al día siguiente, se limitó a responder sin ambages: no sé inglés. Lo reconoció con la misma naturalidad que hubiera dicho que es incapaz de hacer un huevo frito o que desconoce cómo se plancha el cuello de las camisas sin dejar arrugas.

Podría haber escondido la verdad para escapar de forma honrosa. O tal vez excusar el aprieto con un recurrente ‘nivel básico escrito y nociones básicas de conversación’ de muchos currículos. Pero en vez del Mariano de calle le salió el Rajoy del Congreso, y sólo pudo argumentar que ha habido otros presidentes igualmente incapaces de conjugar el to be.

Reveló así ante toda España que nunca ha pasado por esas clases particulares con un profesor nativo donde las lecciones de gramática se combinan con conversaciones sobre topics absurdos para ganar fluidez. Mariano ha escapado de charlas insustanciales sobre dónde has estado de vacaciones, cuál es tu película favorito, qué pasó con el Yak-42 o qué hay de las denuncias de corrupción. Rajoy lleva razón. Hay gente que sabe quince idiomas pero no tiene nada que decir en ninguno.