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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

NEVERLAND EN LOGROÑO

Michael Jackson está vivo. Lo de su muerte en extrañas circunstancias es un camelo y los rumores sobre su pasión por los niños y la cirugía facial, infamias. Lo sé porque el otro día lo vio en persona el yayo Tasio.

Fue cuando el abuelo se levantó de casa y, como todas las mañanas, se marchó a dar un garbeo por Logroño un poco para mejorar el riego sanguíneo y otro poco para supervisar el estado general de la ciudad. A la altura de la Glorieta del Doctor Zubía se topó con el habitual grupo de indigentes que habita desde hace años a la sombra del instituto Sagasta.

Allí, junto a una pareja que esnifaba cocaína y otra media docena de descamisados que compartía piojos y garrafas de vino agrio, observó Tasio a un nuevo inquilino de este rincón que ahora todos los políticos dicen querer recuperar. Como muchos de sus compañeros de bancada, Michael tenía la mirada perdida y el cuerpillo enclenque de los castigados por los excesos. Los ojos hundidos, los labios abultados, la mandíbula afilada, el gesto desencajado, la piel agujereada. Nada fuera de lo habitual en el paisaje de esta parte de Logroño si no fuera porque, cuando el indigente tomó la botella de ginebra barata que rulaba entre el grupo dejó entrever el guante de cristales con el que el pequeño Jackson conquistó las pistas de baile en los 80.
Fue esa la prueba definitiva que llevó al yayo a confirmar sus sospechas y, en un ataque de valentía, acercarse hasta él en un aparte e intentar comunicarse en su esforzado y marcarrónico inglés: «¿Bad? ¿Dangerous?, ¿Thriller?». «Sí, en este sitio hay mucha gente mala y peligrosa; da miedo», balbuceó Michael a Tasio por respuesta.


La estremedora imagen que confirma la visión del yayo Tasio fue tomada en el lugar de los hechos (Glorieta del Doctor Zubía) por Jonathan Herreros cuando caminaba junto al descomunal infógrafo Diego Ortega.

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