Le presumo preocupado por la gripe A. O quizás le suceda como a mí: que no había tenido miedo al contagio hasta que las autoridades sanitarias han insistido hasta la extenuación en que no hay nada que temer y al final se ha visto envuelto casi sin querer en una paranoia colectiva que, como las películas de poltergeist, tiene un protagonista tan difuso como inaprensible.
La gestión informativa y (si pueda tenerla) política del virus está siendo hasta ahora el paradigma de cómo generar miedo a tener miedo a fuerza de lanzar mensajes de calma. Ocurre como el propietario timorato de un piso de alquiler que duda de quién será el mejor inquilino. Por fin aparece uno de apariencia impoluta y contrato fijo que le jura y perjura que cuidará la casa como si fuese suya, la limpiará todos los días y pagará la renta puntualmente: ése es, con toda probabilidad, el que más desconfianzas despertará.
Los responsables sanitarios están cayendo en el mismo error. No pasa nada, dicen. No ocurre nada más allá de lo que sucede con la gripe estacional a no ser que usted sufra asma, padezca una enfermedad crónica, tenga una edad avanzada, sea excesivamente joven, le castigue alguna alergia, esté embarazada, tenga un hijo pequeño o un millar de requisitos más que, todos reunidos, resulta que al final incluyen a un enorme puñado de la población. Y mientras dicen que basta con que se lave las manos y ponga puertas al mar del contagio, la gran esperanza: la vacuna llegará antes del apocalisis de otoño en que habrá una escalada de casos. No sé usted, pero yo ahora mismo empiezo a sufrir náuseas, tengo dolor de cabeza y no paro de estornudar.