Si usted no es político, empresario, economista o parte interesada en la disputa fiscal entre La Rioja y el País Vasco puede ir al médico de cabecera. Sin necesidad siquiera de auscultarle, le firmará la baja que le exonera de leer todas las informaciones sobre ese galimatías que supone para la gente de a pie los porcentajes impositivos y los recursos legales de ida y vuelta que vienen acompañando el asunto desde hace décadas.
Si la cuestión le atache de forma directa o simplemente suscribe el discurso acuñado por la clase política local de que lo que aquí está en juego es una cuestión de igualdad territorial, miles de euros y orgullo de patriota riojano, empiece a afilar el cuchillo de las responsabilidades porque el martes se dirime en el Congreso algo crucial: el blindaje de ese Concierto Vasco que está en el origen de las divergencias a uno y el otro lado del Ebro y que, a efectos prácticos, consagraría las diferencias.
Ya no caben medias tintas; queda vetado reproducir las consignas acartonadas que cada mañana envían a Logroño desde Génova o Ferraz. PP y PSOE no ocultan desde el País Vasco su ansia por que el Concierto se reafirme legalmente en un discurso prácticamente antagónico al de sus homólogos de La Rioja (y Castilla y León) tirando cada uno de un brazo de su partido en Madrid para que los intereses políticos nacionales no fagociten los de sus regiones. En medio de esa lucha cainita, uno se acuerda de que hay cuatro riojanos sentados en las mullidas bancas del Congreso. ¿Darán al botón que ordene el jefe o votarán para lo que los riojanos les pusieron en Madrid? Es hora de retratarse y, esta vez, no vale salir de perfil en la foto.
Los dos diputados nacionales por La Rioja del PP y sus homólogos del PSOE se saludan a la puerta del Congreso del los Diputados.