Este es un llamamiento colectivo a la insurgencia. Quizás usted forme parte de ella. Esa masa anónima y clandestina que observa con ojos de aborigen el éxtasis colectivo que provoca el mundial de fútbol, pero hasta ahora no había osado a confesarlo por temor a ser lapidado por hereje. Sirva este espacio para entreabrir la puerta por donde pueda asomar si se atreve a reconocer que tampoco vibra con los pases de tiralíneas de Xavi. Que no le provoca ninguna emoción febril los regates de Villa ni la zancada de Torres. Que alucina con esa maraña de banderas rojigualdas que de repente pueblan los balcones y le amodorra el lirismo desbocado que puede llegar a construirse alrededor de un 4-4-2.
Adelante. Entierre tabúes. Dígaselo abiertamente a sus familiares. No se amedrente ante sus vecinos. Hable con los compañeros de trabajo que gritan al unísono uuuuyyyyy ante un remate de Piqué ajustado al palo y explíqueles que le deja indiferente si Navas salta al campo o chupa banquillo.
En otras partes, otros como usted estarán dando el mismo paso al frente. Son los que mañana, cuando arranque el partido de España, andarán por las calles desiertas como zombies solitarios mientras el resto de la humanidad está pegada al televisor con el escudo nacional en el corazón y una cerveza frío en la mano. Cuando se cruce con ellos, míreles de soslayo a los ojos. Bastará un simple gesto de complicidad para reconocerse y susurar la contraseña que les una en la contracorriente: ¡Viva Honduras!