Santiago Sufrategui ha perdido. O más bien, no ha ganado. Exactamente lo mismo que le viene ocurriendo a su partido en La Rioja desde 1995.
La aspiración del abogado logroñés ha quedado encallada no ya en la posibilidad de forzar unas primarias internas en el PSOE riojano que hubieran refrescado el ambiente y cambiado el paso previsto, sino en el peor escenario que podía preverse: una disputa intestina sobre cómo y por qué se ha invalidado éste o aquél aval. Sin embargo, la peor noticia no es la imagen que deja la formación después de este conato sino el escarnio al que le están sometiendo desde no pocos foros. Sufrategui, autoerigido en la posible alternativa que muchos reclamaban y nadie se atrevía a abanderar, es ahora (según algunos anónimos y otros adláteres del aparato) un mal perdedor, un resentido que no ha sabido asimilar su derrota.
El análisis es injusto. A diferencia de otros candidatos en desventaja en otras comunidades, él no ha utilizado en ninguna fase del proceso los mensajes de “pucherazo”, “zancadilla” o “trabas intencionadas”. “Como en todos los órdenes de la vida, prefiero afrontar los problemas en vez de lamentarlos”, afirmó ante Diario LA RIOJA durante el trance de la recogida de avales. Bien haría el partido para que esta partida no la gane el contrincante en valorar su inquietud y su espíritu por intentar que sus siglas mejoraren su posición ante las próximas elecciones en vez de cebarse con sus aspiraciones frustradas. Ya sabe abiertamente además que tiene en él un patrimonio ideológico que, como están las cosas, no debería desaprovechar si lo que realmente desea es remontar el vuelo.