Apareció en la redacción escoltado por los gerifaltes del periódico entre el revuelo general que provocan las visitas de postín. Era ese tipo de León que se presentaba en marzo del 2004 a las elecciones generales por el PSOE y del que nadie sabía demasiado más allá de que poseía una perpetua sonrisa a lo Míster Bean y las cejas desmesuradas. Paseó por entre los ordenadores atendiendo a las explicaciones del director como el que recorre una cadena de montaje, parándose con un mohín de curiosidad en las pantallas del ordenador que esbozaban ya los titulares del día siguiente y repartiendo algún saludo al azar. Cuando llegó a mi lado se fijó de soslayo en las notas ilegibles que tenía apuntadas en el cuaderno, y yo me vi obligado a incorporarme del asiento para estrechar la mano que me tendía. «Difícil trabajo», dijo enigmáticamente, no sé si refiriéndose como una frase hecha a la tarea del periodista o al esfuerzo que supone interpretar mi propia letra. «Soy José Luis», me informó antes de continuar la ruta.
Ocho años, dos promesas de liberar la AP-68 incumplidas, una crisis descomunal y varias políticas contradictorias al ideario socialista después, José Luis se marcha para que sea otro (u otra) el que se pasee por redacciones de los diarios de provincias saludando a periodistas anónimos. Si un día el nuevo candidato pasa a mi lado, le diré lo mismo que con el tiempo resultó ser una profecía para Zapatero: «Difícil trabajo».