Cuando entré por primera vez por la puerta del periódico y pregunté si podría trabajar aquí nadie me preguntó si sabía escribir. Ni siquiera si cometía faltas de ortografía o era capaz de coordinar sujetos y predicados. A los políticos, sin embargo, lo que se les exige como prioridad es que desnuden sus cuentas corrientes. En vez de reclamarles un sólido currículum o capacidad de trabajo, lo que todo el mundo reclama es que sean honrados. Como si lo que debiera ser obvio se haya instaurado como algo secundario y sobre ellos recayera por sí mismos la sospecha del enriquecimiento ilícito. Una circunstancia que han alimentado los casos de corrupción y que conducen al sufrido votante a pensar que lo más fiable es que sea gobernado por una oligarquía de ricos acunados en familias acomodadas que, al estilo de Cristina Garmedia o Rodrigo Rato, no tengan como prioridad llegar al poder para engordar sus cuentas o encontrar un suculento puesto de trabajo que el mercado laboral les niega.
Con ese presunto afán, los miembros del Ejecutivo riojano han hecho público esta semana su patrimonio. Pero no ha sido un desnudo integral. No han enseñado ni la pantorrilla, y el balance que muestran sin apenas deudas y escasos bienes lleva a pensar que nos tratan por tontos o no gestionan bien ni el dinero de otros ni el suyo propio. Lo que debería ser una película X, se ha quedado en un autocensurado cortometraje de humor.
Fotografía: Enrique del Río