Mi ignorancia, en cualquier caso, me deja un sentimiento de orfandad para intuir cómo guiará mi destino de logroñés una mujer de la que no me importa su intimidad, sino aspectos igual de mundanos que los de sus vecinos. ¿Conduce y siente cómo el empedrado de la Gran Vía machaca los amortiguadores del coche? ¿Sabe lo que es depender de una chiquibeca para llevar a un mocete a la guardería? ¿Ha enviado decenas de currículos sufriendo el rechazo del mercado laboral? ¿Pasea por las noches bajo la lúgubre luz de las farolas de una calle cualquiera? La mínima información de que dispongo de mi alcaldesa no pasa de que fue scout, estudió en un colegio de monjas y gusta vestir pulcros trajes de chaqueta y pantalón, pero se enjuaga sabiendo que tenemos algo en común: un nombre vetusto del que nos sentimos orgullosos pero que sólo utilizan quienes no nos conocen. *Una (gran) foto de Justo Rodríguez con Santos y Gamarra charlando bajo la lluvia mientras pasean por el Casco Antiguo de LogroñoLo que sé de Concepción Gamarra es que no sé casi nada de ella. Lo planteo más como demérito mío por no conocer a la que es ya la alcaldesa de mi pueblo que como crítica hacia la que durante los últimos años ha hecho de la discreción y el fiel seguimiento a los dictados del PP un rasgo de su personalidad. Y seguramente, como contraste a la avalancha de datos sobre ese Tomás Santos apoderado de un banco, hijo de la calle Mayor, amante del Berceo, el paisaje camerano y los paseos por el Casco Antiguo y antiguo cronista deportivo en este mismo periódico.