Si el PP gana, Pedro Sanz será el alcalde de Logroño. La frase es de Tomás Santos y se convirtió en una de las piedras angulares de su campaña electoral como advertencia de que el Palacete regional y el Ayuntamiento de Logroño serían la misma cosa en caso de que Cuca Gamarra se alzara con la victoria. El mensaje, planteado como un cataclismo demoníaco, es evidente que no caló. Muy por el contrario y a la vista de los resultados electorales, la amenaza se convirtió en un incentivo para los intereses del PP. Si estoy descontento con el PSOE a nivel nacional y a La Rioja no le va tan mal, ¿por qué no dar la oportunidad a que los gestores de la comunidad autónoma manejen también mi pueblo?, se planteó más de uno al escoger la papeleta que metió en la urna el 22-M.

En vez de combatir ese discurso de identidades comunes, el tándem Pedro Sanz/Cuca Gamarra lo ha alimentado. Desde con los guiños mutuos que se hacen cada vez que comparten escenario, hasta con la propia estructura de Gobierno municipal que la nueva alcaldesa ha hecho pública. El propio número de concejalías (las mismas siete que consejerías habrá en el Ejecutivo riojano) lo confirma, y también quienes están al frente. Los “centuriones” de Sanz, como el propio Santos en los mítines los definió, y que no son otros que los que en su momento ocuparon direcciones generales en el Palacete y ahora son concejales en el Ayuntamiento como piezas intercambiables que el presidente maneja en funciones de las necesidades.

Cuca Gamarra tiene además para Pedro Sanz un valor añadido en este esquema de simetrías: la obediencia. No tiene nada de verso suelto como ocurrió con Julio Revuelta (sí, el mismo que vaticinó acertadamente que sería la primera alcaldesa de Logroño aunque cuatro años después intentó que no lo fuera) y sabe que si su labor al frente del Consistorio es exitosa cederá los aplausos del reconocimiento a su mentor. Igual que si la pifia asumirá, al menos internamente, los errores como propios.