Pedro Sanz es un hombre de pocos amigos. Amigos de verdad, quiero decir. Le rodea un montón gente, muchos se acercan a su figura por interés y un enjambre gravita a su alrededor unas veces por fidelidad y otras simplemente por peloteo. Para ellos no es Pedro Mari el chico de Igea que despunta en el PP, sino el omnipresente presidente de La Rioja que (casi) todo lo puede.

Como en la política amistad y obediencia son mundos paralelos Sanz apuesta por pocos amigos, y José Ignacio Ceniceros es uno de ellos. Él ha sido (es) uno de los elegidos para acompañarle en los momentos más importantes de su carrera. Estuvo con él en los momentos más comprometidos y convulsos del PP de La Rioja cuando la comunidad aún estaba en manos del PSOE/PP, y lo siguió estando después en puestos de máxima responsabilidad. Pero sobre todo ha estado a su lado en los instantes clave como son las noches electorales. Mientras la infantería popular sigue los resultados a pie de calle, Sanz se encierra con Ceniceros (y algún otro) en algún despacho pasando el trago cada vez menos amargo de la incertidumbre. Cuando todo está hecho y las urnas han ido dándole una mayoría absoluta otra, Sanz ha aparecido ante la militancia al final de esas largas noches con una sonrisa en la boca y el mismo hombre a su lado: José Ignacio Ceniceros.

El premio a esa confianza ha sido la presidencia del Parlamento de La Rioja desde 1999. Uno de los puestos de mayor caché bien remunerado económica y socialmente, aunque no exento de cuestionamientos por parte de la oposición, que adquirieron su máxima expresión con aquella turbulenta suspensión del pleno en abril del año pasado y la eterna tensión con Inmaculada Ortega acusándole de ser “un presidente de parte”. Ceniceros continuará así en su sitio una legislatura más, agradeciendo ser amigo de Sanz y aplaudiendo una de las máximas del de Igea que dice: si algo va bien, para qué vamos a cambiarlo.